El niño y el evangelio

El niño y el evangelio

«Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que se pierda
uno de estos pequeños.» 
–Mateo 18:14

Ariel, un niño de seis años de edad, era travieso y juguetón, como la mayoría de los niños de esa edad que están despertando a la vida. Él y sus hermanos asistían fielmente a la escuela dominical.

Cierto domingo, la maestra hizo una invitación a los niños que desearan entregarse al Señor y Ariel tomó la decisión de seguir a Cristo. Al llegar a su casa, fue corriendo a la cocina para contárselo a su mamá. Sus ojitos de niño travieso, brillaron cuando dijo: «Mamita, hoy entregué mi corazón a Jesús y me siento feliz. Tú debes hacer lo mismo.»

Durante muchos años la mamá de Ariel se había opuesto al evangelio; pero no pudo resistir la franqueza de su hijito, ni la felicidad que vio dibujada en el rostro del pequeño. Las sencillas palabras que acababa de escuchar fueron el empuje que ella necesitaba. Esa misma noche asistió a la iglesia y aceptó al Señor Jesús como su Salvador.

Este ejemplo nos muestra lo que sucede cuando un niño acepta el mensaje del evangelio.

 «La ofensa más grande que podemos hacer a cualquier niño,
es dejar de darle el evangelio.»

J. I. Overholtzer, Alianza pro Evangelización del Niño

«Mirad, que no menospreciéis a uno de estos pequeños», advirtió Jesús a sus discípulos, aquella vez que les habló sobre quién es el más grande en el reino de los cielos (véase Mateo 18:1-4,10).

Nuestro Señor Jesús ama y valora a los niños y su deseo es que nosotros hagamos lo mismo. El evangelio no es monopolio de la gente adulta sino que es un privilegio que pueden gozar también los niños. El ejemplo de Ariel nos muestra que ellos pueden ser salvos y que pueden también anunciar a los demás el mensaje del amor de Dios.

Antes de volver al cielo, Jesús les dejó a sus seguidores una orden bien clara en cuanto a la evangelización: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15). Al decir «toda criatura», nuestro Maestro incluía también a los niños. Desde el momento en que ellos tienen uso de razón, son pecadores y necesitan al Salvador. Lamentablemente, sucede lo mismo hoy como cuando Jesús caminaba por las sendas polvorientas de Palestina. Muchos de los seguidores del Señor menosprecian a los niños y no les dan la debida importancia.

En cierta oportunidad, los discípulos reprendieron a los que trajeron a sus niños para que Jesús orase por ellos. Esto indignó a Jesús, pues Él deseaba que ellos supieran que su venida al mundo no era solamente para salvar a los adultos sino también para ofrecer vida eterna a los niños.

Le presentaban niños para que los tocara, pero los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: «Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Marcos 10:13-15).

Ganar a un niño para Cristo es de gran valor, pues representa una vida completa que puede brillar para Jesús. Me gusta ilustrar esto con cuatro velas de distintos tamaños. La más pequeña representa a un anciano, a quien no le queda mucho tiempo para brillar. Las otras dos, un poco más grandes, representan a un adulto y a un joven. La vela más grande representa a un niño, a quien le queda toda la vida para ser una «luz» que brille para Jesús.

Se hizo el siguiente comentario luego de un culto, en el cual se entregaron al Señor dos niños y un adulto: «Dos almas y media aceptaron a Cristo.» Efectivamente, el ganar a un niño, representa el valor total de una vida. No sólo se rescata un alma de la perdición, sino se salva una vida para el servicio de Jesucristo.

Los niños necesitan, y pueden, ser salvos

Una maestra de escuela dominical fue de visita al hogar de uno de sus alumnos que había aceptado al Señor. Salió a la puerta un fornido hombre, preguntándole lo que deseaba.

–Vine para hablarle de su hijo –dijo la maestra–. Él recibió a Jesús como su Salvador.

–Mi hijo es muy chico para esas cosas –respondió el hombre–. No sabía lo que estaba haciendo.

En ese momento, el niño asomó su cabecita entre las gigantescas piernas de su papá, y dijo:

–No, papito, no soy muy chico. Yo sabía lo que estaba haciendo. Recibí a Jesús en mi corazón y estoy muy contento.

A eso, no había nada que agregar. El niño estaba decidido y su papá recibió a la maestra como a una amiga de la familia.

Desde el momento que un niño tiene uso de razón y puede distinguir entre el bien y el mal, ya es pecador y necesita ser salvo. Eso no quiere decir que es un «gran pecador», pero sí es pecador. Personalmente, doy testimonio de que un niño puede ser salvo. Por mi propia voluntad, y con la convicción de que era pecadora, acepté al Señor a la edad de seis años, y . . . ¡qué nadie venga a decirme que no sabía lo que estaba haciendo! Lo sabía muy bien.

Tratándose de los pequeños, se oye decir a menudo: «Es solamente un niño.» Mas bien debiera decirse: «¡ES UN NIÑO!» ¡Qué mayor potencialidad se puede hallar para el servicio a Dios!

Jesús vino para salvar los perdidos

Analizando el pasaje en Mateo 18:1-14, podemos notar varios aspectos interesantes en cuanto a Jesús y los niños.

Los discípulos tenían un problema. No sabían cuál de ellos era el mayor en el reino de los cielos. Jesús resolvió el asunto llamando a un niño y colocándolo entre ellos como ejemplo. Veamos algunos puntos resaltantes:

  1.  Para entrar en el reino de los cielos hay que ser humilde como un niño (v. 3).
  2. El que se humilla como un niño, es el mayor en el reino de los cielos (v. 4).
  3. El que recibe a un niño en el nombre de Jesús, recibe al Señor Jesucristo (v. 5).
  4. Cualquiera que hace tropezar a un niño que CREE EN JESÚS, mejor le fuera ser hundido en
    lo profundo del mar (v. 6).
  5. No menospreciemos a los niños, porque tienen sus ángeles en la presencia del Padre (v. 10).
  6. Hablando de los niños, Jesús aseguró que había venido a salvar lo que se había perdido (v. 11).
  7. Dios no quiere que ningún niño se pierda (v. 14).

Fíjese en estos tres aspectos resaltantes:

  • Los niños pueden CREER en Jesús.
  • Los niños pueden PERDERSE.
  • Jesús vino para SALVAR a los niños.

Cuando Jesús habló del pastor y las ovejas tenía en mente también a los niños. Sin su amor, ellos están perdidos. A los maestros cristianos nos toca llevarlos de regreso al redil.

La evangelización de los niños es nuestro deber

«¡Ay de mí si no anunciare el evangelio! … si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré; pero si de mala voluntad, la comisión me ha sido encomendada» (1 Corintios 9:16-17).

El sentir del apóstol Pablo debe caracterizar a cada maestro cristiano. El encargo de predicar el evangelio nos ha sido dado por nuestro Señor, mas ¡ay de aquel que no lo cumpla!

Muchos de los niños de nuestro mundo del tercer milenio crecen rodeados de amargura y dolor. Nacen en medio de la violencia, sin esperanza de un mañana mejor. Solamente Jesucristo puede ofrecerles felicidad; pero si no les damos las buenas nuevas, ¿cómo hallarán el amor de Dios?

La última voluntad de Jesús se resume en la palabra: ¡Id! Él no dijo que esperáramos en nuestros templos para evangelizar a los que se asomaran a la puerta, sino nos dio la orden de salir y predicar.

Al llamar a sus seguidores, el Maestro no se sentó a orillas del Lago de Galilea, esperando que alguien se le acercara. No, Él caminó entre las barcas de pesca, conversando con los pescadores; llamándolos para que lo siguieran. De ese modo se encontró con Pedro y Andrés, Juan y Jacobo, Bartolomé y Felipe, Tomás, Judas y Mateo, y con todos los demás que lo siguieron.

«Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mateo 9:35).

No tenemos que ir muy lejos para encontrar a un niño a quien evangelizar. Los niños están en todas partes: en las calles, en los patios de las casas, en las plazas, en los parques, en las escuelas, y en tantos otros lugares.

La escuela dominical es uno de los muchos medios que usamos para llevarles el evangelio a los niños; pero hay muchas otras posibilidades. Se pueden organizar reuniones en los hogares –¿por qué no en su casa?–, en los parques, en las esquinas de las calles –pero, ¡cuidado con el tráfico!–, en una barca o en un ómnibus; en fin… ¡en cualquier lugar donde haya niños!

También se pueden promocionar programas radiales y televisados para niños. Usted pudiera pedir permiso para ir a las escuelas llevando el mensaje del evangelio o ir de visita a la sección de niños en algún hospital. También pudiera visitar a los niños recluidos con sus padres en algún centro penal.

Durante mis primeros años de labor entre los niños tuve el privilegio de participar en la fundación de una iglesia. Mis padres, que eran misioneros, alquilaron un salón para cultos, e invitaron a chicos y a grandes; pero muy pocos se atrevieron a entrar. ¿Qué hicimos entonces? Pues, salimos a la calle para realizar los cultos y la escuela dominical. También hicimos reuniones en el mercado del barrio.

Poco a poco fuimos ganando la confianza de la gente y en especial de los niños. Nunca olvidaré aquel feliz domingo cuando las bancas de nuestro salón de cultos se llenaron de inquietos chiquillos. Como pajaritos hambrientos recibieron la enseñanza que les dimos. A los pocos meses nuestra escuela dominical contaba con unos doscientos asistentes. Ese primer esfuerzo dio como fruto la fundación de varias iglesias, un instituto bíblico, un albergue para niños huérfanos, un comedor infantil y muchas otras obras. Todo ello fue gracias a haber salido fuera de las cuatro paredes de la iglesia.

Demos el mensaje a los niños, ¡allí donde estén!

Llevar el evangelio a «cada criatura» es nuestro gran deber. Si los niños no vienen a nuestros templos tenemos que salir en busca de ellos, para darles el mensaje ¡allí donde estén! ¿Estamos dispuestos a ofrecer a nuestros niños del siglo veintiuno una esperanza feliz? ¿Deseamos trabajar para darles la oportunidad de ser salvos? Espero que así sea. ¡Les daremos el evangelio!

 

Cómo enseñar mejor la Palabra de Dios a los niños

Este es el primer capítulo del libro que está publicado bajo Páginas (a mano derecha: Cómo enseñar mejor). Los archivos están en formato PDF. Si tienes problemas en imprimirlos, te los puedo mandar en formato WORD. Escríbeme a: kelund [arroba] att.net

 

 

About the Author

Redactora de materiales pedagógicos con la gran pasión de difundir el amor de Dios y su poder salvador.