El arte de prestar oído

El arte de prestar oído

La primera hora que pasé en compañía del hombre que sería mi esposo por casi cuarenta años fue de paseo en un parque, yo derramando mi corazón debido a una serie de decepciones que había vivido los últimos meses y él escuchando y repitiendo cada cuanto tiempo “comprendo”. Allí en ese parque me enamoré de él. ¡Por fin había encontrado a alguien que me escuchara y me comprendiera!

El hombre que me supo escuchar y comprender

El hombre que me supo escuchar y comprender

¿No es esto lo que la mayoría necesitamos? Alguien que nos escuche y que nos comprenda; una persona que inspire confianza, y en quien podamos depositar nuestros anhelos y temores.

Del luto a la sonrisa
No sé si todavía la gente acostumbra vestirse de luto. Años atrás, cuando esto era común, me contaron acerca de una mujer que se había vestido de luto por espacio de diez años; una mujer que nunca sonreía. Sus vecinos la consideraban un “bicho raro”. Sucedió que un día hubo una persona que se dio tiempo para escuchar la historia de esta mujer. Ella pudo derramar la angustia de su corazón, por primera vez en diez años. Se desahogó del dolor que sufría por la muerte de su esposo, y ¡fue liberada! Al día siguiente compró unas ropas de colores vivos y adornó sus labios con una sonrisa. ¡Sencilla pero efectiva medicina!

Un oído que alivió mi dolor
Mi amado Beni no fue el único que supo escucharme. Después de algunos años de trabajar juntos en la obra misionera, sufrimos una gran decepción, cosa que nos llevó años en recuperación. Durante ese tiempo me invitaron a una conferencia de misiones. Una de las integrantes del equipo organizador ofrecía sesiones de consejería y yo me hice anotar. No fue mucho en razón de consejo lo que ella me ofreció; no era necesario. Me prestó su oído, lo cual fue más que suficiente. Entre lágrimas derramé la angustia de mi corazón, y conforme iba desahogándome, me venían ideas de soluciones. Nunca llegué a concretar las que ella me sugirió; pero ese día marcó el camino de regreso a nuestro servicio en la obra del Señor.

“Yo escucho”
Tiempo después asistí a una conferencia anual que celebran en Nyhem las iglesias pentecostales en Suecia. Allí tuvimos sesiones de consejería y participé como una de las “oidoras”. Portábamos un distintivo con las sencillas palabras “Yo escucho”. Como la conferencia era en una carpa y no había cupo para todos, muchos se sentaban afuera a escuchar. Algunos pensaban que el distintivo era nuestra manera de decir que nadie nos interrumpa porque estábamos escuchando las conferencias. La idea era anunciar que estábamos listos para escuchar a quienes necesitaran consejo y ayuda espiritual.

La Palmera de Débora
En el libro de Jueces, capítulos 4 y 5, hay un relato bastante extraordinario, de una mujer jueza y profetisa. La Biblia no nos da muchos detalles; pero por lo poco que está escrito comprendemos que era una mujer que sabía escuchar. Ella tenía su tribunal bajo la palmera que llevaba su nombre, y los israelitas acudían a ella para resolver sus disputas. Destáquese la palabra “resolver”. ¡Qué bueno es acudir a alguien que nos escuche y que nos considere lo suficiente importantes como para dedicar tiempo en ayudarnos a buscar a una solución! Me inspiré a escribir sobre este tema durante mi lectura del libro “Perpetuar la Verdad mediante la enseñanza” por Clancy Hayes (lo publica GPH y lo distribuye Editorial Vida). El escritor tiene buena imaginación y presenta un inspirador cuadro de la valiente y emprendedora Débora. Aunque era mujer la respetaban y el guerrero Barac se negó ir a la batalla si ella no lo acompañaba. Su buena voluntad de escuchar y ofrecer soluciones le había ganado honor y respeto.

No me dieron oído por ser mujer
Con el paso del tiempo las mujeres estamos ganando más audiencia y ocupando puestos que antes se reservaban únicamente para los hombres. Hace más de treinta años tuve la dolorosa experiencia de ser despreciada por ser mujer. Con la bendición de mi esposo me había reunido con un comité de pastores para presentarles ideas que tenía respecto a la obra y planes para el futuro. Reconocieron que tenía buenas ideas y que eran excelentes planes pero refutaron todo con la sencilla explicación: “Todo esto es bueno pero no podemos aceptarlo porque vino de boca de una mujer. Las ideas debieron haber surgido de un hombre.” Sin más ni menos, me despidieron. Perdón, me estoy desviando del tema. Otro día nos explayaremos hablando de la mujer como instrumento en el reino de Dios. Tengo muchas experiencias que contar, de cómo Dios me ha prestado oído y me considera digna, a pesar de que soy mujer.

Pongamos atención al que habla
“El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído”
(Pr 21:13). Dice Hayes: “Hay muchas personas que todo lo que quieren es que alguien las escuche.” Cuando alguien busque nuestra ayuda, prestémosle atención. Recuerdo un amigo que cuando se le hablaba hacía rodar los ojos por todas partes menos en dirección del que le dirigía la palabra. Para escuchar, más que oír, hay que poner atención en lo que la persona está diciendo y no pensar tanto en la repuesta que le daremos. Muchas veces todo lo que ella necesita es hablar, desahogarse, como yo hice con mi amiga en la conferencia de misiones. Al escuchar, pongámonos en el contexto de la persona. No es raro que me enamorara de Beni, después de escuchar toda una hora sus “comprendo”.

Atentos a la voz de Dios
El otro lado de la moneda es saber estar atentos y prestar oído a Dios. “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como sabios” (Is 50:3). Después de estar atentos a lo que el Espíritu del Señor nos enseñe tendremos palabras de aliento y consuelo para decir al cansado caminante que toque a nuestra puerta.

La buena parte: escuchar a Jesucristo
Hace poco, en mi lectura diaria llegué al pasaje de Lucas 10:38-42, donde habla de la visita que hizo Jesús a casa de María y Marta. Me imaginé a la dulce y generosa María —la que derramó un costoso perfume de nardo sobre los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos (Jn 12:1-8)— sentada a los pies del Maestro. Marta también era generosa y se ocupó con mucho esmero de las necesidades físicas del Señor. Pero fue la actitud de María que cautivó mi corazón, sentada a los pies de Cristo para escuchar sus palabras, lo cual Jesús llamó “la buena parte”. Sentí inmenso gozo en la presencia de mi Señor y tuve que darle un fuerte empujón a mi cuerpo para que se levantara y fuera al trabajo. Mi alma quería quedarse por siempre a los pies de Jesucristo, gozándose de su presencia.

La bendición de esperar en el Señor
La Biblia habla mucho de “esperar” en el Señor, de guardar silencio ante Él. Si no aprendemos el arte de escuchar, ¿qué oportunidad tendrá el Señor de hablarnos?

“Oh Jehová de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y ESPERARÉ” (Sal 5:3)
Guarda silencio ante Jehová, y ESPERA EN ÉL. No te alteres…” (Sal 37:7).
¿Por qué te abates, oh alma mía? … ESPERA EN DIOS” (Sal 43:5).
Bueno es ESPERAR EN SILENCIO la salvación de Jehová” (Lm 3:26).

Al esperar en Dios y escuchar su voz, podremos también prestar oído al clamor de nuestro prójimo. Hay mucha angustia y dolor a nuestro alrededor, cantidad de personas que necesitan alguien en quien confiar.

Del oído a las manos
Después de haber escuchado a Dios y a nuestro prójimo, pongamos manos a la obra para ayudar en lo que sea posible. Al estar anotando estos pensamientos me llegó un correo electrónico de una amiga de mi edad que está pasando por quimioterapia. Está débil, y con los siguientes tratamientos se pondrá más débil. Yo todavía estoy en recuperación de similares tratamientos y todavía no puedo salir a caminar libremente; pero no puedo cerrar mi oído y mis manos a su dolor. “Dime UNA cosa que necesitas en este momento en la que yo te pueda ayudar”, fue mi respuesta a su mensaje electrónico. A esto me refiero al decir que debemos pasar “del oído a las manos”. Es como el niño que escuchó a su padre orar a Dios pidiendo que él diera a los vecinos el cerdo que necesitaban. “Papito”, dijo el niño, “¡tú tiene un cerdo!” No sé si el padre fue tan generoso como para dar su cerdo al vecino.

¡Escucha y guarda silencio!
Abogo aquí porque tengamos un corazón y un oído tierno y sensible, dispuesto a dar algo de sí mismo. Aprendamos a participar tanto del dolor como de la alegría de nuestro prójimo. Es importante sentir compasión y mostrarla, pero nos toca armarnos de mucha paciencia, porque no siempre es tarea fácil ejercer benevolencia. Escuchemos atentos lo que alguien nos confíe y GUARDEMOS SILENCIO. ¡Que las confidencias nos acompañen a la tumba! No prestamos oído para luego chismorrear. Solamente a Dios podemos contarle cualquier cosa que nos hayan dicho. Él nunca saca los trapitos al aire.

• ¿Estás dispuesto a prestar tu oído al prójimo?
• ¿Quieres dar de tu tiempo para escuchar su angustia?
• Al saber de su dolor, ¿estás dispuesto a ayudar?

About the Author

Redactora de materiales pedagógicos con la gran pasión de difundir el amor de Dios y su poder salvador.