El maestro y su mensaje

El maestro y su mensaje

Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de éste crucificado… No les hablé ni les prediqué con palabras sabias y elocuentes sino con demostración del poder del Espíritu, para que la fe de ustedes no dependiera de la sabiduría humana sino del poder de Dios. 1 Corintios 2:1,2,4,5 NVI

Ser maestro de la Palabra de Dios no es lo mismo que ser profesor de matemáticas o geografía. Un maestro de matemáticas no tiene que preocuparse por «vivir» la matemática en su vida, ni el de geografía tiene que «vivir» la geografía; pero el maestro de la Palabra de Dios necesariamente tiene que vivir el mensaje en su propia vida. Esa es la gran diferencia entre el maestro secular y el que enseña la Palabra de Vida; una diferencia que presenta un gran desafío.

Pablo presentaba su mensaje con «demostración del poder del Espíritu». Sus palabras no eran huecas o vacías, sino tenían poder, porque iban respaldadas por la autoridad divina. Nuestro mensaje a los niños tiene que ser expuesto de la misma manera.

Para ser útil, el maestro debe responder constantemente estas preguntas:

  • ¿Glorifico a Dios en mi vida?
  • ¿Presento un mensaje cristocéntrico?
  • ¿Enseño guiado por el poder del Espíritu Santo?

Si como maestro no puedes contestar con un fuerte «sí» a estas preguntas, no descanses hasta que puedas hacerlo. Busca en oración el rostro de Dios, consagra tu vida plenamente a Él, y vive para agradar en todo a Jesucristo.

Es indispensable que el mensaje concuerde con la vida de aquel que lo presenta, de lo contrario, pierde su valor y puede hacer más daño que bien. No se puede enseñar una cosa y vivir otra. De poderse, sí, se puede; pero tal enseñanza no resultará en frutos para vida eterna.

Tomemos un ejemplo del mundo musical. Seguramente has visto un pentagrama con notas. Esas figuras, colocadas en su debido lugar –el pentagrama– y respaldadas por cierta clave, pueden formar una hermosa pieza musical. En desorden y sin clave, no tienen valor alguno.

La vida del maestro es la clave del mensaje

Obligadamente, el maestro tiene que respaldar sus enseñanzas con el ejemplo de su vida. Recuerdo lo que sucedió en mi escuela cuando tenía doce años de edad. Entre las alumnas hubo un gran desacuerdo, en que se esfumó la armonía y la paz. Una profesora trató de hacernos amistar a la fuerza, sin resultado. Otra profesora, que amaba a Dios sobre todas las cosas, logró «hacer la paz» entre nosotras. Cuando ella nos pidió que amistáramos, ninguna de las chicas pudimos resistir el amor de Dios que brotaba de su interior. Sus palabras llegaron a nuestro corazón con demostración del poder de Dios. Nunca olvidaré el buen ejemplo de aquella profesora, una mujer de Dios.

Maestro/a, cuida que en tus palabras y en tus acciones hables un mismo idioma. Nunca permitas que tus alumnos digan: «Lo que usted hace habla tan fuerte que no oigo lo que dice.»

El triple propósito de la enseñanza

La enseñanza en la escuela dominical debe ser como una conversación por teléfono. Entre ambas partes –el maestro y el alumno– debe haber comunicación, para que el alumno vuelva a su casa satisfecho. No como el muchacho que dijo después de una clase: «El maestro no nos enseñó nada hoy; habló todo el tiempo.»

¿Qué dicen los alumnos de tu enseñanza? ¿Participan activamente o les hablas como si dieras un discurso por la radio? Para lograr buenos resultados es indispensable la comunicación mutua. El maestro que establece buen contacto con sus alumnos podrá ver realizados sus propósitos y cumplidas sus metas.

Como maestro cristiano, ¿cuál debe ser tu principal propósito? ¡Ganar a tus alumnos para Cristo! Si no tienes esto en mente te estás esforzando en vano. ¿De qué vale que llenes las cabecitas de los niños con conocimiento de la historia sagrada, si sus corazones están lejos de Dios? Recuerda las palabras de Jesús:

«De igual modo, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que se pierda uno de estos pequeños.» Mateo 18:14

Dios nuestro Salvador «quiere que todos los hombres [esto incluye a los niños] sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Timoteo 2:4).

En su libro «Métodos de Enseñanza», Luisa Jeter de Walker expone el triple propósito del maestro al enseñar.

  • Ganar a los alumnos para Cristo
  • Desarrollar la vida espiritual de los alumnos
  • Preparar a los alumnos para la obra del Señor

«Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Romanos 10:17). Al enseñar, estimado maestro/a, colaboras con el Espíritu Santo. Él ha venido al mundo para convencer de pecado (Juan 16:8); Él hace su obra cuando en los corazones se despierta la fe.

Vuelve hacia atrás en las páginas de la historia de tu vida y recuerda cómo llegaste a conocer al Señor. Fue como resultado directo de haber escuchado (o de haber leído) la Palabra de Dios, ¿no es así? Ese es el método que Dios ha escogido para que nos enteremos acerca de Él y de la salvación.

Al enseñar la Palabra de Dios cooperas en forma directa con el Espíritu Santo. Él obra a través del mensaje que entregas a los niños. Si eres negligente y descuidado en la preparación y presentación de la lección, impedirás una obra fructífera en los niños; pero si lo haces minuciosamente, el Espíritu Santo tendrá una buena plataforma.

El nuevo nacimiento es la experiencia más importante en la vida de un individuo. «¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?» (Mateo 16:26). Lógicamente, no podemos sentirnos satisfechos hasta que nuestros alumnos se conviertan a Cristo. Luego nos toca contribuir al crecimiento y desarrollo espiritual de aquellos alumnos que decidan seguir a Cristo (2 Pedro 3:18). Finalmente, nos corresponde prepararlos para la obra del Señor. Hay que concientizarlos en cuanto a su responsabilidad cristiana para que, así como ellos han sido ganados para Cristo, sirvan al Señor ganando a otros.

Maravillosa reacción en cadena

Si sirves al Señor con fidelidad, verás como resultado una maravillosa reacción en cadena. Por ejemplo:

  • Tú enseñas a un niño la Palabra de Dios.
  • Esa Palabra, despierta la fe en el corazón del oyente, y el Espíritu Santo lo convence de que es pecador.
  • El niño acepta la oferta de la salvación y entrega su vida a Jesús.
  • Al recibir a Cristo, comienza a crecer y desarrollar en su nueva fe y, al poco tiempo, ese niño gana a otro niño.
  • Ese niño ganado para Cristo gana a otro niño; ese niño gana a otro, el cual gana a otro…

¡Qué precioso resultado!

En mis primeros años como maestra de niños tuve entre otros alumnos un travieso y vivaracho muchacho. Con amor y dedicación le enseñé el camino de la vida eterna. Años más tarde, tuve el privilegio de trabajar junto con él en la tarea de evangelizar a los niños. ¡Qué alegría para una maestra!

De vez en cuando nos cansamos en la labor; sentimos agotamiento en la tarea. Pero no nos cansemos de la labor. Si te propones cumplir el triple propósito de la enseñanza en tu ministerio, el Señor te recompensará con frutos visibles. No descanses tranquilo hasta haber ganado a tus alumnos para Cristo.

 

Cómo enseñar mejor la Palabra de Dios a los niños

Te invito a leer este libro sobre la enseñanza:   Cómo enseñar mejor

 

About the Author

Redactora de materiales pedagógicos con la gran pasión de difundir el amor de Dios y su poder salvador.