El corazón y la boca

El corazón y la boca

“Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío” (Salmo 19:14).

 

Mi lectura de esta mañana me llevó a meditar en la relación entre nuestro corazón y nuestra boca, es decir, lo que pensamos y hablamos. Dijo nuestro Señor Jesucristo:

 

“De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34).

 

“El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (vv. 35-36).

 

El apóstol Santiago escribió extensamente acerca de la lengua, y con toda razón dijo que todos ofendemos muchas veces. El que no ofende en palabra es perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. Es asunto grave porque con la lengua bendecimos a nuestro Dios y Padre, y con ella maldecimos al prójimo. ¿Cómo es posible que de una misma boca procedan bendición y maldición? “Hermanos míos, esto no debe ser así”, dijo Santiago.

 

“¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce” (Santiago 3:11,12).

 

Hay una receta que nos dio el apóstol Pablo. Para que de la fuente de nuestra vida brote agua dulce, debemos llenar la mente con…

·        todo lo que es verdadero

·        todo lo honesto

·        todo lo justo

·        todo lo puro

·        todo lo amable

·        todo lo que es de buen nombre

 

En esas cosas bellas y dignas de alabanza debemos pensar (Filipenses 4).

 

Una niña soltó un chisme acerca de una compañera. Más tarde se arrepintió; pero el daño ya estaba hecho. Muchas de sus amigas ya había creído la mentira que ella había divulgado. Muy desconcertada preguntó a su madre qué podía hacer.

 

La madre llevó a la niña al jardín y le dio una almohada de plumas. Le dijo que descosiera la almohada y vaciara las plumas. Por supuesto, las plumas volaron por todas partes. Luego la madre dijo a la niña que recogiera las plumas. Tan imposible como es reunir las plumas que han volado, es también imposible rectificar un rumor que se ha esparcido.

chisme

 

Con razón el rey David oró a Dios: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios” (Salmo 141:3).

 

El apóstol Pablo escribió a los hermanos en Éfeso que desechen la mentira y hablen la verdad, y agregó:

 

“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4:29).

 

A los colosenses exhortó a que no mintieran, y también que hicieran todo en el nombre del Señor. Hay personas que juran por el nombre de Dios aunque están mintiendo. Como Santiago quiero repetir: “Esto no debe ser así.”

 

“Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17).

 

Debe haber una “santa” relación entre nuestro corazón y nuestros labios. Los fariseos y los escribas en tiempos de Jesús se quejaban porque los discípulos del Señor no se lavaban las manos cuando comían pan. Eso era lo de menos, porque estos acusadores quebrantaban los mandamientos de Dios para cumplir sus tradiciones. Cuánta tristeza habrá sentido Jesús cuando les hizo recordar lo profetizado por Isaías: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8).

 

¿Honras tú al Señor de corazón sincero o es tu adoración sólo de boca para afuera? Un servicio a Dios hipócrita es una gran mentira.

 

No es lo que entra en la boca que nos contamina, sino lo que sale de la boca, del corazón. “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (v. 10).

 

Según el sabio rey Salomón hay siete cosas detestables a los ojos de Dios:

·        los ojos que se enaltecen

·        la lengua que miente

·        las manos que derraman sangre inocente

·        el corazón que hace planes perversos

·        los pies que corren a hacer lo malo

·        el falso testigo que esparce mentiras

·        el que siembra discordia entre hermanos

                                                              (Proverbios 6:16-19)

 

“Los labios mentirosos son abominación a Jehová; pero los que hacen verdad son su contentamiento” (Proverbios 12:22).

 

Ponemos freno a la boca de los caballos para que nos obedezcan, y así dirigimos todo su cuerpo. De la misma manera tenemos que poner freno a nuestra lengua. Los grandes buques son gobernados por un pequeño timón. Nuestra lengua es un miembro muy pequeño pero se jacta de grandes cosas.

 

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Una chispa puede encender un inmenso fuego; puede quemarse todo un bosque. ¡Cuánto debemos cuidar lo que sale de nuestro corazón por la boca! Lo justo, lo bello, lo hermoso… eso debemos propagar. Atesoremos en nuestro corazón la Palabra de Dios para no pecar con nuestros labios.

 

“En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:11).

 

Muchas veces he orado como David:

 

“Escudríñame, oh Jehová, y pruébame; examina mis íntimos pensamientos y mi corazón, y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmos 26:2; 139:24).

 

Si amamos la vida y queremos ver días buenos, el apóstol Pedro nos hace recuerdo que refrenemos nuestra lengua de mal y nuestros labios de hablar engaño.

 

“Apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal” (1 Pedro 3:11,12).

 

Propongamos como el salmista a andar en rectitud, con pensamientos sanos y puros, y con boca limpia que habla siempre la verdad.

 

“En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa. No pondré delante de mis ojos cosa injusta” (Salmo 101:2,3).

 

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Redactora de materiales pedagógicos con la gran pasión de difundir el amor de Dios y su poder salvador.