Otro angelito en el cielo

Otro angelito en el cielo

No sé si alguna vez has montado en una “montaña rusa” pero te digo que estas últimas semanas han sido como uno de esos juegos mecánicos que suben y bajan y te dejan casi sin aliento. Lo maravilloso de conocer a Cristo y ser parte de la familia de Dios es el precioso consuelo que tenemos en los momentos más angustiosos de la vida.

 

Somos el cuerpo de Cristo, miembros unos de los otros; cuando uno se duele, todos nos dolemos. El apóstol Pablo nos exhorta a gozarnos con los que se gozan y a llorar con los que lloran (Ro 12:15). Este mes lo he experimentado en carne viva.

 

Desde muy temprano en su embarazo mi compañera de trabajo sabía que su hijito no estaba desarrollando normalmente. Su doctora le aconsejó que hiciera un aborto; pero ella y su esposo aman al Señor y saben que no tenemos derecho a tomar la vida en nuestras manos; Dios es el dador de la vida y sólo a Él le corresponde decidir. Le pusieron al angelito el nombre de Jesse y los acompañamos con oraciones en el desarrollo de este angelito.

 

El pronóstico era que Jessecito quizá no sobreviviría el parto, y para darle por lo menos unos minutos de vida con sus padres, lo sacaron con cesárea. Como milagro de Dios, el angelito sobrevivió el parto y tuvo tres días para estar con sus padres y brindarles alegría. Para mí fue una indescriptible bendición ver a este angelito, cuyo nombre significa: “Dios existe” y “regalo”.

 

La vida está llena de interrogantes; hay muchas cosas que no comprendemos. Mi abuelita de madre sufrió mucho durante su vida. Ella se consolaba con las palabras que Jesús dijo a Pedro: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan 13:7). Durante meses he orado por Jesse y sus padres; por supuesto con la esperanza de que él nazca sanito. Yo sé que para sus padres fue un tremendo milagro que lo tuvieron por tres días. No comprendemos los designios del Señor. Él es Soberano; no nos toca a nosotros comprender, sino sólo aceptar lo que nos venga. Nosotros vemos como por una mirilla; Dios ve el panorama completo, y lo que ahora no comprendemos, en la eternidad lo entenderemos. Basta que confiemos en que Dios hace lo mejor.

 

El servicio de agradecimiento por Jesse fue una antesala del cielo. Los compañeros de trabajo de sus padres y los hermanos de la iglesia a la que asisten los acompañaron. El pastor dio un hermoso mensaje acerca del consuelo que como creyentes en Cristo tenemos. No lloramos como quienes no tienen esperanza. Lo más bello fue la descripción que dio del pequeño Jesse envuelto en los brazos de Cristo. Él está “en casa”; él ya llegó. Y allí está esperando el arribo de su papi y su mami. ¡Es indescriptible la belleza del consuelo que tenemos en Dios!

Angelito del cielo, has dejado huellas en mi corazón

Angelito del cielo, has dejado huellas en mi corazón

 

En la misma habitación donde hicimos la despedida de Jesse, dos años antes hicimos lo que mi nietecito David llamó: “la fiesta porque el abuelito se fue al cielo”. Era la “visitación” por motivo de la muerte de mi esposo. En Estados Unidos no se acostumbra hacer “velada” sino algo que se llama “visitación”, cuando las amistades vienen a ofrecer su sentido de pésame. Para mis nietos fue difícil comprender por qué el abuelito estaba tieso en un cajón cuando habíamos dicho que el Señor se lo había llevado al cielo.

 

El cielo es nuestra gloriosa esperanza. Para el cristiano las más bellas palabras son que Cristo viene pronto. Mi hijita Eva, mi esposo Beni, mi mamá Brita, mis abuelitas, el angelito Jesse… ¡tengo familia en el cielo! Pero lo mejor de todo es que allí me está esperando Jesús, mi glorioso Salvador.

 

Por más aterradoras que sean las montañas rusas de la vida el consuelo de lo que nos espera, en nada se compara con los altos y bajos de la vida. El 19 de octubre recordaré los dos años desde la muerte de mi esposo. He estado pensando cómo “festejarlo”. No que él se haya ido (aunque para él fue la triunfante entrada en gloria), sino que el Señor me haya mantenido, y que yo todavía estoy con vida. Quizá invite a comer a mi amiga Rebekah.

 

Los que amamos al Señor no nos entristecemos “como los otros que no tienen esperanza”. Esperamos anhelantes el día en que el Señor descienda del cielo y seamos arrebatados en las nubes para recibir al Señor en el aire, “y así estaremos siempre con el Señor”. Escribió el apóstol Pablo: “Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (véase 1 Ts 4:13-18). Eso es precisamente lo que he querido hacer con estas palabras.

 

Dios tiene ahora otro angelito en el cielo. Jesse querido, ¡disfruta en los brazos de Cristo! Pronto estaremos contigo tu papá, tu mamá, tu abuelita, y tu tía Margarita. Gracias por las huellas que has dejado en mi corazón, angelito del cielo.

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Redactora de materiales pedagógicos con la gran pasión de difundir el amor de Dios y su poder salvador.