Un transformador encuentro con Dios

Un transformador encuentro con Dios

Un solitario viajero camino de Jerusalén a Etiopía, absorto en la lectura de un antiguo pergamino, trataba de entender las enigmáticas profecías acerca del Mesías de los judíos. Dios, que ve todo corazón anhelante, envía a uno de sus siervos para que le explique las Escrituras. Allí, en la desierta senda de regreso a su país, el etíope encuentra agua y el evangelista Felipe lo bautiza como testimonio de su fe en Cristo; y el eunuco etíope sigue gozoso su camino.

 

Ayer, domingo, tuve el privilegio de conocer a una mujer etíope. Su rostro radiante, su vibrante fe en Cristo, su expresión de amor a Dios, dejó en mí una viva impresión. Visitaba yo una iglesia que me ha apoyado con oraciones y ofrendas desde mi temprana juventud cuando inicié mi carrera misionera. Cecilia, una mujer marcada por sufrimiento pero radiante en Cristo, confiando en su gracia, amablemente me agradeció por el testimonio que compartí con los hermanos de la iglesia Filadelfia en Tidan, Suecia, y por la visión que tengo de poner en esta página materiales de enseñanza. Llevo su sonrisa como un grato recuerdo y una inspiración para mi vida.

 

Una bella hija del Señor

Una bella hija del Señor

 

El etíope del relato bíblico (Hechos 8:26-40) siguió feliz su camino, después de su encuentro con Dios, gracias a la obediencia de Felipe. Yo sigo mi camino gozosa por haber conocido a una fiel hija de Dios del país de aquel eunuco etíope que oyó el evangelio por labios de Felipe.

 

Meditando en esto mis pensamientos pasaron a los miles y millones de maestros que semanalmente enseñan la Palabra en escuelas bíblicas, clubes de niños, y escuelas dominicales, tal como Felipe anunció el evangelio al etíope ansioso de conocer más de Dios.

 

He dictado muchas conferencias y seminarios sobre la preparación del maestro. Mi enfoque ha sido inspirar a mis colegas a preparar la clase con anticipación, estudiar el pasaje bíblico, decidir el método que usarán, reunir material ilustrativo, y tantos otros detalles. Hoy he descubierto una nueva dimensión. No voy a concentrarme aquí en la preparación técnica sino en la profunda preparación del alma, para que los alumnos tengan un encuentro con Dios.

 

En el libro Dadles lo que quieren, los autores preguntan: “¿Pueden los alumnos tener un encuentro con Dios en su clase?… ¿Se puede concebir que el Creador del universo tenga un encuentro con un alumno en medio del yeso y la pintura de su salón de clases?”** Esta es la nueva dimensión a la que me refiero: que el maestro se prepare para que los alumnos tengan un encuentro con Dios.

 

La vibrante expresión de fe de Cecilia me inspiró a acercarme más a Dios, a ser más ferviente y más expresiva. Mi personalidad y mi herencia sueca me caracterizan como “seca”. No tengo la habilidad de expresar efusivamente lo que siento; pero eso no significa que amo menos a Dios, aunque muchas veces he deseado ser más expresiva. Sinceramente, siento “envidia” de los que pueden manifestar sus sentimientos con gran entusiasmo.

 

Mi encuentro con Cecilia fue también un encuentro con Dios. Quisiera inspirarte a que prepares tus lecciones de tal manera que tus alumnos al venir a clase no sólo se encuentren con un maestro que les dé buena enseñanza sino que tengan un encuentro con Dios; que al volver a casa vayan transformados, listos a influir en su mundo. Tú puedes ser la “Cecilia” que irradie el amor de Dios de tal manera que tus alumnos sientan que Dios mismo invade su corazón; el Felipe que con paciencia explica las verdades el evangelio para que ellos también pregunten: “Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?”

 

Para que los alumnos tengan un encuentro transformador, el maestro PRIMERO tiene que tener su encuentro. Felipe fue al desierto por orden específica de un ángel del Señor, y allí explicó la Palabra al etíope. Más que las palabras del evangelista creo que el etíope percibió el amor y el entusiasmo de Felipe, que venía de un avivamiento en Samaria, donde además de predicar a Cristo hacía señales portentosas (véase Hechos 8:5-8). Felipe llevó consigo al desierto el gozo que había en Samaria. Sin duda, expuso la Palabra lleno de inspiración del Espíritu. Los samaritanos no sólo habían sido salvos y sanados de enfermedades; también habían recibido el bautismo en el Espíritu Santo. Felipe llevó ese fervoroso espíritu de avivamiento al desierto, lo contagió al etíope, que siguió su camino con gozo y llevó el mensaje del evangelio a África. Y ayer yo conocí a una sierva del Señor, fruto de aquel encuentro con Dios que tuvo su compatriota dos mil años antes.

 

Maestro, prepárate en oración. Pide al Señor que inunde tu vida con su amor y su Espíritu; que invada todo tu ser, que te limpie y purifique para que seas un vaso consagrado a su servicio, un canal por medio del cual Dios pueda manifestarse en la vida de tus alumnos. Dios quiere usarte para hacer milagros; para obrar salvación, sanidades, prodigios, milagros de provisión… maravillas que ni puedes imaginar.

 

Para algunos alumnos eres la única Biblia que leen; la única imagen de Dios que han visto. Lo que aprendan de ti formará su futuro. Este es el orden de los acontecimientos, como lo expresó un niño:

 

Primero llegué a amar a mi maestro.

Después llegué a amar la Biblia de mi maestro.

Ahora amo al Señor de mi maestro.

 

No te contentes con el estado actual de tu vida. Dios quiere darte más de sí mismo, de su poder, de su amor. Dobla tus rodillas y clama a Dios para que tu vida sea un vaso útil en sus manos. Pídele que te llene de tal manera con su Espíritu que tus alumnos, tus hijos, tus hermanos, tus compañeros de trabajo, tus amigos… en fin, todo el que se encuentre contigo tenga también un encuentro personal con Dios.

 

Querido maestro: sigue la norma del apóstol Pablo. No es la elocuencia de palabras que transformará la vida de tus alumnos, sino la enseñanza acerca de Cristo crucificado, en el poder del Espíritu. No te contentes hasta que tú y tus alumnos tengan un inolvidable y transformador encuentro con Dios.

 

“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor 2:1-5).

 

**Dadles lo que quieren: cómo convertir la Escuela Dominical en un lugar donde la gente quiera estar, Michael H. Clarensau y Clancy P. Hayes, Gospel Publishing House, Springfield, Missouri.

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Redactora de materiales pedagógicos con la gran pasión de difundir el amor de Dios y su poder salvador.