La dicha de llevar fruto

La dicha de llevar fruto

¿Saboreaste unas dulces y jugosas uvas? Sólo pensar en su frescura hace agua la boca. Tal vez hay otras frutas que te provocan placer. Las frutas son para disfrutarlas y, además de deliciosas, son muy saludables para el organismo.
     Jesús usó la vid como una figura de comparación entre Él y sus seguidores. “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:1,2).
     Una rama sólo puede producir fruto si está unida al árbol, en este caso la vid. ¡No hay otra manera! Pero hay ramas caprichosas, que desprendiéndose de la vid alegan que seguirán produciendo fruto. ¡Eso es ridículo! De la misma manera es imposible para el cristiano producir fruto si se desliga de Jesús.
     “Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:4,5).
     Jesús es nuestra vida. Sin Él nada haremos que sea de valor eterno. Las deliciosas uvas se disfrutan solamente cuando la rama está unida a la vid, recibiendo de ella su fuerza para producir fruto, mucho fruto.

¿CUÁL ES EL FRUTO?
Por supuesto, Jesús no se refiere a las uvas en forma literal; habla figurativamente de un fruto muy especial: un buen racimo de nueve virtudes cristianas. No se trata de “obras” que podamos hacer para mostrar nuestra fe en Él, ni de “dones” o “talentos” que Dios nos da. Sin duda Jesús se refiere al fruto del Espíritu Santo en la vida del creyente: el carácter cristiano, la semejanza a Cristo.
     Las ramas de la vid no tienen que “esforzarse” para producir uvas. Simplemente descansan en la vid, cumpliendo su función de ramas. Según el orden de la naturaleza, un día cuelgan de ellas racimos de deliciosas uvas.  De la misma manera, el cristiano unido a Cristo, produce fruto. ¿Cuál fruto? Las características de la naturaleza divina. Así como se espera que la vid produzca uvas, y no manzanas, es lógico que el cristiano produzca amor, y no odio.
     ¿Fluye en tu ser la poderosa vida de Cristo? ¿Muestras tu unión a Él produciendo fruto que lo honre? No me refiero a las mil y una cosas que puedes “hacer” por Él. Simplemente te pregunto si te pareces a Cristo.
     Jesús quiere amar por medio de tu corazón, pensar por medio de tu mente, y obrar por medio de tu voluntad. Él quiere que ames lo que Él ama y que odies lo que Él odia. Tu vida es el instrumento que Él tiene para manifestarse al mundo; así lo ha designado en su divina sabiduría. Y si tú le fallas… dejas un vacío. Sólo por medio de sus hijos obedientes el Señor puede mostrar al mundo cómo es Él.
     Permanece en Jesucristo, y Él en ti, y no podrás hacer otra cosa que llevar fruto.

Examinaremos ahora los componentes del fruto del Espíritu descritos en Gálatas 5:22,23. No son nueve frutas de las que podemos escoger a gusto. Es el fruto de amor y todos sus derivados, porque Dios es amor y todo lo que de Él emana tiene esa característica. Generalmente al hablar del fruto que producimos al permanecer en Jesucristo-la vid, pensamos en “cosas” y “obras” que hacemos en su nombre. Creo que Dios está mucho más interesado en los que somos que en lo que hacemos. Veamos ahora las bellas características que el Señor quiere producir en nuestra vida.

EL FRUTO DE AMOR
“Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor”
(Juan 15:9).
     Cierra un momento los ojos y trata de imaginar cuánto te ama el Señor. ¡Jesús te ama tanto como el Padre lo ama a Él! Por medio de Jesús, ese gran y sublime amor fluirá de nuestra vida hacia los demás.
     El apóstol Pablo dijo: “Si no tengo amor, nada soy”. El amor es la esencia de nuestro existir; es nuestra “insignia”; es la característica por la cual el mundo sabrá que somos de Jesús.
     Una joven testificaba de las bendiciones de Dios en su vida, y todo su semblante irradiaba amor. Entonces alguien dijo: “Todo esto es muy hermoso, ¿pero cómo se comporta en casa?”, a lo que la madre de la joven respondió: “Ella se porta en casa como testifica en la iglesia.” Ese es el resultado de permanecer en Jesús. Nos portamos igual en todo lugar.
     El hogar es el lugar donde se le toma el pulso al cristiano. Allí empieza la manifestación del fruto de amor. Un hogar donde hay amor es la antesala del cielo. Todos los ingredientes necesarios para un hogar feliz están en el amor. ¿Cómo es tu comportamiento en el hogar?

EL FRUTO DE GOZO
“Estas palabras os he hablado para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido [completo]” (Juan 15:11).
     Un hogar donde reina Cristo es un hogar feliz, lleno de gozo. No hay porqué andar con la cara larga, como posando para la portada del libro de Lamentaciones. Eso no es digno del evangelio.
Los ángeles dieron a los pastores noticias de gran gozo. La Biblia haba del gozo del Señor, que es nuestra fortaleza. Sí, tus energías están encapsuladas en el fruto de gozo. En tu vida y en tu hogar puedes sonreír, pues Cristo es tu Señor.
     Sigue el consejo de Pablo: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4).

EL FRUTO DE PAZ
“La paz os dejo mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”
(Juan 14:27).
     Cristo nos dio ejemplo de perfecta paz. En medio de circunstancias tumultuosas su interior era como un mar de cristal. Siempre se percibía en su persona una gran calma. A cualquier hora la gente podía acudir a Él y hallar descanso. ¿Qué dijo Jesús a sus atribulados discípulos, reunidos a puerta cerrada después de su resurrección? “¡Paz a vosotros!”
     Paz, paz, paz… ¡Cuánta paz necesita nuestro mundo atribulado! Por medio de tu vida Jesucristo quiere ofrecer la paz. ¿Produce tu vida ese fruto?
     “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos” (Isaías 26:3,4).

buscapaciencia1EL FRUTO DE PACIENCIA
“Os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor”
(Efesios 4:1,2).
     Hay personas a quienes no soportamos, con quienes no nos llevamos bien. Antes yo pedía al Señor que los apartara de mí; ahora digo: “Gracias, porque con Fulano me estás enseñando la paciencia.” Muy pronto el Señor manda a un Zutano en mi camino, y otra vez ¡a practicar la paciencia!
     La paciencia no se puede desarrollar sin adversidad. “Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:3-5).
     Pide paciencia y más que seguro te vendrá una prueba; al vencerla, habrás ganado más fortaleza y experiencia. El Espíritu Santo está más que presto a producir en nosotros ese fruto.

EL FRUTO DE BENIGNIDAD
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdono a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).
     Ser benigno es simplemente ser amable, apacible, afable; es desechar la malicia, el engaño, la hipocresía, y la envidia. ¿Eres amable en casa? Claro que entre amigos eres amable, pero esa no era la pregunta. Contéstala ante de Dios con toda sinceridad.
     “Alabad a JAH, porque él es bueno; cantad salmos a su nombre, porque él es benigno” (Salmo 135:3). La amabilidad, la cortesía, el buen trato, y la dulzura son características que la unión con Cristo produce en nuestro carácter cristiano. ¡Vístete de amabilidad!
     “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:12,13).

EL FRUTO DE BONDAD
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22,23).
     Nos reímos del joven que compra un delicioso chocolate para amistar con su novia, después de algún disgusto, pero ¿quién no ha caído en una trampa similar? Pensamos que seremos buenos “haciendo” algo bueno.
     La bondad no es una manera de vivir, sino una manera de ser. ¿Eres bueno? ¿Qué dicen los que viven contigo? Dios es bueno; sus hijos no pueden ser menos. Recuerda que pasarás por este mundo una sola vez. Si no eres bueno ahora, ¿cuándo lo serás?

EL FRUTO DE FE
La palabra “fe” que se usa en este pasaje viene de una palabra griega que significa fidelidad o lealtad. No se trata aquí de la fe salvadora, sino de la fidelidad, un fruto del Espíritu. Es el único fruto que también se menciona como don del Espíritu Santo.
     Este fruto hace de ti una persona en quien se puede confiar; un hombre o una mujer leal; una persona que no deja las cosas a medio hacer. No son nuestras habilidades que tendrán su premio, sino nuestra fidelidad.
     “Se fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10).

EL FRUTO DE MANSEDUMBRE
“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”
(Mateo 5:5).
     Un joven quería acompañar al gran misionero Roberto Morrison a la China, pero le dijeron: “Tú no sirves para misionero. Si aceptas ir como el siervo del Dr. Morrison, podrás ir con él.”
     “Si no sirvo para misionero, iré como siervo –dijo el joven–. Cortaré leña, sacaré agua del pozo, haré la limpieza, o cualquier otra cosa para ayudar.”
     Viajó a la China como un humilde siervo. Años más tarde él mismo llegó a ser misionero, y uno de los mejores hombres que la China ha conocido.
     “El que se humilla será enaltecido”, dijo Jesús en Lucas 18:14. El Hijo de Dios, que se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte en la cruz, nos amonesta: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29).
    

 He aquí algunas promesas para los humildes:
         • Hermoseará a los humildes con salvación (Salmo 149:4).
         • A los humildes dará gracia (Proverbios 3:34).
         • Los humildes crecerán en alegría (Isaías 29:19).
         • Al humilde de espíritu sustenta la honra (Proverbios 29:23).
         • Dios… consuela a los humildes (2 Corintios 7:6).

EL FRUTO DE TEMPLANZA
“Absteneos de toda clase de mal”
(1 Tesalonicenses 5:22). Este es el fruto del Espíritu que nos ayuda a decir ¡no! a las cosas que no agradan a Dios. En otras palabras, es el dominio propio.
     “Poniendo toda diligencia… añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto” (2 Pedro 1:5-8). ¡Qué bueno que unidos a Cristo podemos vencer las tentaciones y llevar mucho fruto!
     “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17).

EL QUE NO LLEVA FRUTO
En conclusión, debo mencionar la advertencia de Jesús: “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Juan 15:6). Es cosa de vida o muerte producir fruto. Dios no permite que su nombre sea blasfemado. Si no llevamos fruto seremos echados fuera; pero si llevamos fruto el Padre nos limpiará para que llevemos más fruto.
     Acércate más a Cristo cada día. Glorifica su nombre llevando fruto, ¡mucho fruto!

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Redactora de materiales pedagógicos con la gran pasión de difundir el amor de Dios y su poder salvador.