¿Qué es lo que más temes?

¿Qué es lo que más temes?

Creo que todos alguna vez sentimos temor. Tal vez de pequeños sentíamos miedo a la oscuridad, miedo al dolor, miedo a quedar solos. Conforme fuimos creciendo nuestros temores cambiaron, pero siempre en el fondo de nuestro ser, a algo le tememos.

Mucha gente le tiene miedo a la vida. Las estadísticas de suicidios son alarmantes. En los Estados Unidos alrededor de 23.000 personas se suicida diariamente, lo cual significa que cada minuto 16 personas se quitan la vida. ¡Qué tragedia que no tengan el valor suficiente para enfrentarla! Cobardemente tratan de escapar de sus problemas acortando su vida, si darse cuenta de que se meten en un peor problema, del cual no hay salida. Un día estarán cara a cara con su Creador y serán juzgados. Como dice la Escritura: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He 9:27).

Unos temen la vida, otros temen la muerte. Así como muchos no son capaz de enfrentarse a la vida, otros sienten pánico al pensar en la muerte. Es obvio, por ejemplo, en la reacción de la gente ante un terremoto, un huracán, o un tornado. En esos momentos el hombre siente su pequeñez ante el poder invencible de la naturaleza. Tenemos temores; pero no tememos lo peor: pecar contra Dios.

Tememos a la naturaleza y sus poderes destructivos, tenemos miedo a la vida y miedo a la muerte, tememos al dolor y al sufrimiento; pero no tememos ofender a Dios (en el sentido más profundo de la palabra). Deberíamos exclamar como Isaías, el profeta de la antigüedad que tuvo una visión del Dios tres veces santo: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is 6:5). Ante la santidad de Dios se vio a sí mismo tal como era: un hombre de labios inmundos.

Gran parte de nuestras ofensas son con palabras. En su epístola universal, Santiago dice: “Todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo… La lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad” (léase Santiago 3:2-12).

Necesitamos una visión como la de Isaías, para vernos tal como somos ante nuestro Dios, “el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo” (Is 57:15). En la visión que Juan tuvo del cielo, los cuatro seres vivientes alrededor del trono “no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso” (Ap 4:8). Desde lo profundo de nuestro ser debe brotar un temor reverente hacia Dios. “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15,16).

Muchas veces me pregunto por qué suceden tan pocas maravillas en nuestro medio. ¿Por qué en muchos lugares no avanza con fuerza el reino de Dios? ¿Por qué no hay avivamiento en nuestras iglesias? Creo que la respuesta está en que somos demasiado descuidados en nuestra relación con Dios. Tomamos las cosas del Señor a la ligera; vivimos hipócritamente. NO TENEMOS MIEDO DE OFENDER A DIOS.

“Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros”, dijo Josué al pueblo de Israel cuando se preparaban para conquistar la tierra de Canaán (Jos 3:5). ¿Quieres ver maravillas en tu vida? ¿Quieres recibir respuestas extraordinarias a tus oraciones? ¿Quieres ver prodigios y señales como nunca antes? ¡Santifícate!

Santificar significa “apartar”. Aparta tu vida del pecado para servir de lleno al Señor. Cuando el profeta Isaías tuvo la visión y reconoció su pecado, voló hacia él uno de los serafines, con un carbón encendido en la mano que había tomado del altar con unas tenazas, y tocó con el carbón los labios del profeta; de esa manera Isaías fue purificado. Sin duda fue una experiencia dolorosa; pero a la vez una gloriosa experiencia purificadora.

Lo que el pueblo de Dios necesita hoy son hombres y mujeres que tengan una visión del Dios tres veces santo, que sean purificados con el carbón del inmaculado altar de Dios.

¿Qué es lo que más temes? Quizá sean cosas triviales de la vida. Lo que debes temer más que nada es ofender a Dios. El Señor te ha llamado y escogido; Él tiene planes para tu vida. Pero no puede usarte hasta que seas un vaso limpio y consagrado. Después de la experiencia de purificación que tuvo Isaías, oyó la voz del Señor, que decía: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” Entonces, purificado por el carbón encendido del altar, Isaías responde: “Heme aquí, envíame a mí.”

Dios necesita más siervos cuyos labios han sido tocados por el carbón purificador del altar. ¡Apártate del pecado y sírvele como instrumento santo!

Soneto al Crucificado

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido.
Muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Nota: No he podido comprobar el origen de este poema, aunque creo haber leído en una ocasión que fue escrito por Calderón de la Barca (1600-1681).

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Redactora de materiales pedagógicos con la gran pasión de difundir el amor de Dios y su poder salvador.