Esperanza en la pandemia

Esperanza en la pandemia

El COVID-19 que ha invadido nuestro mundo. Un virus pequeño e invisible ha atacado al planeta, infundiendo angustia y temor. ¡Pero hay esperanza!

Al momento de escribir estas palabras, el 15 de mayo del 2020, estas son las tristes estadísticas:

        El Covid-19 afecta a 213 países

        Se han reportado 4.619.726 casos del virus

        Se han reportado 308.120 muertes

        El número de recuperados alcanza 1.754.953

Después de la crucifixión y muerte del Señor, los discípulos se encontraban bajo puertas cerradas por temor a correr la misma suerte que el Cristo crucificado. Muchos de nosotros nos encontramos bajo puertas cerradas por temor a contraer el virus o porque las autoridades nos ha impuesto la orden de no salir, excepto en casos de emergencia.

Era la situación más trágica que habían experimentado los discípulos. Esta es la situación más trágica y extraña que he visto en mi vida, que es bastante larga, ya que nací al terminar la Segunda Guerra Mundial.

María Magdalena, la mujer que había sido liberada de siete demonios, tuvo un glorioso mensaje que llevar al grupo de discípulos escondidos. ¡Jesús había resucitado!

Ella fue la primera en dar la noticia de la resurrección. Había sufrido el inmenso dolor de ver a su amado Maestro ser crucificado y luego puesto en la tumba. Perdida estaba la esperanza.

Pero la desesperanza cambió en esperanza cuando Jesús le habló en el huerto, el día de resurrección.  Al oír su nombre –«¡María!»– brotó nuevamente la luz en su adolorido corazón.

Hoy te traigo un mensaje de esperanza. Ya sea que tu angustia sea por el coronavirus o por cualquier otra causa, Jesús te llama por nombre y te dice «No temas».

Cambia el temor por fe y confianza.

Cuando Jesús fue crucificado las mujeres que lo habían seguido desde Galilea miraban de lejos lo que pasaba. ¡Qué desesperanza y dolor sentían por su muerte!

¿Dónde estaba María Magdalena en ese momento?

María acompañó a sus amigas que miraban desde lejos; pero no pudo quedarse a la distancia. No se contentó con mirar de lejos, sino fue a pararse junto a la cruz. Quizá estuvo allí arrodillada. Sin duda, lloraba.

Cuando Jesús fue sepultado, ¿dónde estaba María? ¡Sentada delante del sepulcro!

El día de la resurrección, María fue muy de mañana al sepulcro, siendo aún oscuro, para ungir el cuerpo de Jesús con especias. La mujer que había vivido atormentada por demonios y que al conocer al Maestro fue llena de esperanza, fue la primera en ver removida la piedra del sepulcro.

Inmediatamente, corrió en busca de Simón Pedro y Juan, que corrieron para ver lo que había pasado, y no hallaron el cuerpo de Jesús. Perplejos dieron la noticia a los demás discípulos.

También perpleja, María se quedó allí, llorando. Pero en medio de su mayor angustia, todo cambió. ¡Todo cambia cuando aparece Jesús! La desesperanza se torna en esperanza.

María, la mujer una vez desquiciada, llega a ser la más privilegiada. ¡Fue la primera en ver al Cristo resucitado! Imagina cómo se regocijó su corazón al ver que Jesús estaba vivo.

¡En medio de la pandemia tenemos motivo para regocijarnos! ¡Hay esperanza porque Jesucristo vive! En Él somos más que victoriosos.

Así como María corrió para dar la nueva del Cristo resucitado, nos regocijamos en anunciar buenas nuevas a nuestros familiares y amigos. ¡Hay esperanza!

Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti. Salmo 39:7

Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza. Salmo 62:5

Tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, seguridad mía desde mi juventud. Salmo 71:5

Diré yo a Jehová: esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Salmo 91:2

Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob,
cuya esperanza está en Jehová su Dios.
Salmo 146:5

Este es el mensaje de esperanza en Dios que necesitamos en estos tiempos de la pandemia, en que tantos enferman y mueren. Dios está a tu lado para protegerte.

Así como la desesperanza de María cambió en gloriosa esperanza cuando el Maestro llamó su nombre, tu angustia e incertidumbre pueden cambiar en paz y tranquilidad, porque la protección del Señor te envuelve por completo. Dios te cubre con la palma de su mano, como está maravillosamente expuesto en el Salmo 139. «Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano» (v. 5).

Confía en las promesas del Salmo 91. Decláralo sobre ti y tu familia. ¡Personalízalo!

        Diré yo a Jehová:
        Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré.
        Él me librará del lazo del cazador, de la peste destructora.
        Con sus plumas me cubrirá, y debajo de sus alas estaré seguro;
        Escudo y adarga es su verdad. (Salmo 91:2-4)

Es mi oración que este tiempo de inseguridad mundial por el coronavirus sea para ti un tiempo en que te acerques más al Señor, en que llegues a experimentar más profundamente su presencia.

Es hermoso ver cómo la gallina cubre a sus pollitos y los protege del peligro debajo de sus alas. En los ojos de tu mente imagina que estás debajo de las grandes y poderosas alas de Dios, cubierto con sus plumas

Hay esperanza. Como María puedo proclamar: «¡He visto al Señor!» Su presencia es mi esperanza. En la pandemia el Salmo 91 ha sido y es mi proclama de protección. Como exhorta el apóstol Pablo en Romanos 12:12,

        * me gozo porque hay esperanza.

        * practico paciencia en la tribulación.

        * busco ser constante en la oración.

 

Bajo la protección de Dios podemos vivir tranquilos, podemos reposar, pues su mano protectora nunca nos abandona.

¿Eres uno de los muchos maestros cuyo salón de clases está vacío porque la pandemia te impide reunir a tus alumnos? ¿Te duele el corazón porque no tienes fecha para dar a los niños cuando te preguntan cuándo se van a reunir de nuevo? Así siente mi amada Victoria, aquella maestra que años antes fue mi alumna. Me duele el corazón porque la gran familia de «Tía Margarita» sufre. Pero hay esperanza.

Preparémonos para cuando se abran de nuevo las puertas y salgamos de esta pandemia. Gózate en la esperanza, sé paciente en la tribulación, y más que nada, sé constante en la oración. Pide al Señor que prepare los corazones para que haya un gran avivamiento, un despertamiento espiritual en que nos acerquemos más a Dios y en que muchos más abran su corazón para recibir la gracia salvadora del Rey de reyes y Señor de señores.

Alma mía, en Dios solamente reposa,
porque de él es mi esperanza.

About the Author

Redactora de materiales pedagógicos con la gran pasión de difundir el amor de Dios y su poder salvador.