Paz sea sobre Israel

Paz sea sobre Israel

Era una noche estrellada. Abram, el hombre escogido para ser el padre del pueblo judío, miraba el firmamento y contaba las estrellas. ¡Pero eso era imposible!

Nadie puede contar las estrellas; son tan numerosos como el polvo en la tierra. La grandeza del universo en insondable. El poder de nuestro Creador es infinito.

La historia no cuenta cómo Abram, en la tierra de Ur de los caldeos, llegó a conocer a Dios; pero eso no importa. ¡Lo importante es que Dios conocía a Abram! Y Dios lo escogió para que sea el padre de la nación por la cual bendeciría a toda la tierra.

Pero Jehová había dicho a Abram: «Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.» Génesis 12:1-3

De la descendencia del hombre que contó las estrellas vendría el Cristo. Y en Cristo, la bendición de Abraham nos ha llegado a todos los gentiles, a todos los que no somos judíos. (Véase Gálatas 3:13,14.)

Abram creyó la promesa, pero tuvo que esperar 25 años para que se cumpliera. A los cien años recibió al hijo prometido. Sara, su esposa, tenía noventa años. Para entonces, Dios había cambiado su nombre a Abraham, padre de una multitud.

Imaginemos cómo habría sido para Abraham estar ahora en Israel, cuando celebraban su aniversario, los setenta años desde la proclamación de la nación de Israel. Si tan solo hubiera podido mirar hacia el futuro en esa noche estrellada. Pero no era necesario. Él creyó a Dios, y fue incluido entre los héroes de la fe (Hebreos 11), entre las personas de las que Dios no se avergüenza (véase el v. 16).

Jacob, el nieto de Abraham, recibió esta promesa:

Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella, el cual dijo: «Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. 14 Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente.» Génesis 28:13,14

Todas las familias de la tierra serían benditas en él. ¡Somos benditos en Jesucristo! Amamos a Israel, porque de Israel vino nuestro Salvador.

En Génesis 32:28 leemos sobre el cambio de nombre. Dios le dio a Jacob el nombre de Israel.

La Biblia es la historia de esta familia, el pueblo escogido de Dios. Pero no ha sido un pueblo apreciativo por ser «escogido». Ha habido muchos altibajos y constante rebelión contra Dios. Desde el principio Israel no quiso ser un pueblo «escogido», una nación apartada. Israel quería ser como todos a su alrededor. A través de sus profetas, Dios les advirtió, pero a oídos sordos.

Dios ha hecho muchos milagros por su pueblo escogido, entre ellos:

  • El éxodo milagroso de Egipto
  • Un camino en el Mar Rojo
  • Cuarenta años de maná en el desierto
  • La construcción del Tabernáculo
  • El paso del Jordán
  • La caída de Jericó
  • El sol se detuvo un día por palabra de Josué
  • Derrota de Madián con 300 hombres armados con trompetas y antorchas
  • Derrota de un gigante con una honda y una piedra
  • El rey Salomón, el hombre más sabio y rico
  • Construcción del Templo

El tejido de su historia ha sido en parte con colores oscuros. Se han dispersado al norte y al sur, al este y al oeste.

En el “cumplimiento del tiempo” vino Jesús (véase Gálatas 4:4). Él dividió la historia en a.C. y d.C. (antes de Cristo y después de Cristo). No solo la historia, sino para todos los que lo aceptan como Señor y Salvador, hay un antes de Cristo y un después de Cristo.

Israel, el pueblo escogido de Dios, no acepta a Jesús como el Mesías. Todavía lo están esperando…

Israel ha reclamado lo que les pertenece por derecho, lo que Dios le dio a Abram.

Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: «Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. 15 Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. 16 Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. 17 Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré.» Génesis 13:14-17

El 14 de mayo de 1948, David Ben-Gurión proclamó el Estado de Israel como una nación. Las sucesivas generaciones se han restablecido en su antigua patria. ¡El desierto ha florecido! Los judíos han regresado del norte y del sur, del este y del oeste. Es admirable lo que ha pasado en Israel desde 1948.

Las culturas e imperios antiguos se han levantado y han desaparecido. Israel ha sido dispersado, pero este pueblo ha mantenido su identidad. No se han mezclado con otros pueblos. Los israelitas son el pueblo de Dios y Él bendice a aquellos que los bendicen, y a los que deshonran a Israel, Dios maldice. ¡Por eso defendemos a Israel!

Mira el cielo estrellado. Bendice al Dios que bendijo a Abram. Ora por la paz de Jerusalén.

En las señales del fin de los tiempos (véase Mateo 24) Israel está en el centro del escenario. Es la «higuera» de la que habla Jesús.

«De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. 33 Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas. 34 De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. 35 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.» Mateo 24:32-35

¡La higuera, Israel, está floreciendo! Jesús está cerca, a las puertas. ¿Estás listo para recibir al Señor?

¡Bendigamos a Isreal!

¡Oremos por Isarel!

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Redactora de materiales pedagógicos con la gran pasión de difundir el amor de Dios y su poder salvador.